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María torres
Adra
Domingo, 2 de mayo 2021, 13:11
Dejó de pescar bonito del norte en el Cantábrico para salvar vidas en el Mediterráneo. Es el Aita Mari, el buque que usa la oenegé vasca Salvamento Marítimo Humanitario para rescatar a quienes se juegan la vida en el mar en busca de un futuro mejor. Actualmente se encuentra atracado en el Puerto de Adra, a la espera de emprender la que será su quinta misión en solo unos días.
En su última travesía por Libia, la tripulación empleó seis horas de navegación hasta alcanzar las coordenadas geográficas del aviso. Viajaban 102 personas en la patera, la mayoría somalíes. Entre ellos, más de una treintena de menores no acompañados, siete mujeres y un bebé de nueve meses. Fue el 19 de febrero. La llamada de auxilio se recibió a través de una oenegé alemana, sobre las dos de la madrugada. En una primera intervención, el equipo de rescate comprobó que la embarcación se había quedado sin motor. El nerviosismo de quienes iban a bordo se palpaba. «Están en medio de la nada absoluta, los nervios tienen que aflorar. Saben que si no les encuentran, están perdidos y que, si empeora el tiempo, no hay salvación», matiza Óscar Fernández, capitán del buque Aita Mari y miembro de SMH.
No hubo respuesta, sin embargo, por parte de las autoridades de España, Italia, Libia o Túnez. Fue, entonces, cuando el capitán decidió intervenir. «Tengo la obligación de rescatar a un barco donde la vida corre peligro. Si me condenan que sea por salvarlos, no por dejarles morir», justifica.
Las personas rescatadas en aquella misión subieron al Aita Mari y fueron atendidas por el servicio médico de la oenegé. La mayoría se encontraba bien, salvo uno de ellos. «Estaba totalmente quemado y además presentaba hipotermia. El agua del mar que se mezcla con la gasolina se convierte en ácido y, los que menos pagan, son los más expuestos. Fue el primero en desembarcar, tres días después, cuando nos dejaron hacerlo en Sicilia», rememora.
Hasta la fecha, esta «pequeña oenegé» ha rescatado del Mediterráneo a 400 personas en zona libia. El capitán del buque recuerda a un joven de 16 años que salió de su casa con 10: «Llevaba seis vagabundeando por África para poder llegar a Libia, ganar un poco de dinero y sacar un billete». No olvida tampoco algunas miradas, como la de una joven de 19 años que viajaba a bordo de una patera, embarazada de siete meses junto a su hermana, de siete. «El cien por cien de las mujeres llegan violadas y los menores no acompañados han madurado a base de palos. La mirada no miente», asegura. Testigo de un drama que avergüenza al mundo, evita empatizar con los rescatados: «Yo no soy su amigo. Yo les deseo lo mejor. Europa no es una vida fácil, pero no es mejor dejar que te caigan bombas», reconoce.
En este contexto, este marinero pone el acento en que los refugiados huyen de la guerra y no se les puede denegar el auxilio: «En tierra, si ves un accidente, te paras. No preguntas si tiene papeles». «Asistir a un náufrago es sagrado. Primero hay que salvarles y luego ya veremos si entran o no en España. No le podemos negar el derecho a la vida. Tampoco se la vamos a solucionar, pero debemos ofrecerles un mínimo de dignidad», reflexiona.
Las imágenes del naufragio de más de 300 personas en Lampedusa o del niño sirio que apareció en una playa de Turquía conmocionaron al mundo, pero poco ha cambiado la situación desde entonces, según SMH. «O los hemos hecho invisibles o nos hemos quedado ciegos», lamenta. «Las instituciones europeas están dejando morir a gente en el mar por desasistencia», insiste sin titubear. «El mensaje de auxilio llega a las autoridades, al igual que a nosotros. La pregunta es por qué unos vamos y otros no», esgrime.
Salvamento Marítimo Humanitario tampoco comparte el trato que reciben los rescatados, una vez llegan a puerto, «hacinándolas en cualquier sitio», «humillándolos». «En Lesbos hay un campo de concentración, como el de Auschwitz, pero sin cámaras de gas. Lesbos es Europa y Canarias también», denuncia. A su juicio, esta es una de las 'técnicas de persuasión' que usa Europa para evitar el efecto llamada. También lo son la ausencias de respuestas gubernamentales ante un naufragio o los días de espera antes de llegar a puerto. «Hay que hacerles sufrir para que no avisen al primo y también se venga. Pero al primo le están cayendo bombas, le da igual si lo recibes con dos bofetadas, quiere huir», explica al respeto el capitán del Aita Mari.
Para esta organización no gubernamental, es fundamental que exista voluntad real de afrontar la inmigración como una fuente de riqueza y no como un nicho de problemas. Pesa más el discurso del miedo, el de «no hay recursos para todos», según su argumentación. «Los europeos no asumimos que no estamos dispuestos a trabajar en ciertas cosas y necesitamos su mano de obra. ¿El campo de Almería sería igual de productivo sólo trabajando españoles?». Es una de las preguntas que lanza SMH para exigir una solución que ponga fin a las miles de vidas que se diluyen en el Mediterráneo.
Óscar Fernández lleva un año al frente del Aita Mari. Es el responsable de una tripulación formada por profesionales y voluntarios de la oenegé Salvamento Marítimo Humanitario. Algunos de ellos han sido socorristas en las playas del norte. Él dirigía paseos en barco por las costas españolas hasta que un día, «cansado del turismo de temporada», su vida cambió de rumbo. Hoy se dedican a salvar vidas. Algunas de sus vivencias y motivaciones se han plasmado en el documental 'Aita Mari. Dirigido por Javi Julio, acaba de presentarse en el Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián. El trabajo muestra la transformación de un barco pesquero en un buque de rescate, el «bloqueo» al que estuvo sometido por parte del Gobierno de España hasta que pudo realizar su primera misión o los obstáculos gubernamentales que su tripulación encuentra cuando intenta rescatar pateras abandonadas a su suerte en el Mediterráneo. «Nosotros no somos héroes ni somos mejores personas por hacer esto. Los verdaderos protagonistas son quienes se juegan la vida cruzando el mar para tener un poco de esperanza, dignidad y derechos», apunta. Pese a todo, no oculta que ha llorado en todos los rescates que ha lleva do a término: «Lloro de emoción por el trabajo de gestión que hay detrás de cada rescate, pero también lloro de impotencia».
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