María Torres
Adra
Lunes, 9 de octubre 2023, 20:27
Siempre quiso hacer el Camino de Santiago, pero la vida va pasando «entre unas cosas y otras» sin encontrar el momento adecuado. El pasado septiembre y a sus 74 primaveras, José Díaz (Adra, 1949) decidió emprender su particular peregrinaje. «Es ahora o nunca», le dijo convencido a su mujer. Juntos recorrieron más de 154 kilómetros en cinco etapas, con sus días y sus noches. En Sarria, dejaron atrás todos los miedos que les habían frenado durante sus 50 años de matrimonio. Con toda una vida a sus espaldas y tres hijos en común, se propusieron lograr la Compostela. Aún con los pies doloridos, este peregrino abderitano atiende a IDEAL para compartir su experiencia.
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– ¿Por qué ahora?
– Siempre hemos tenido el pensamiento de hacerlo, desde los 30 o los 40 años, pero no siempre tienes tiempo disponible. A esta edad, ya temes que los años te lleven a un momento sin retorno. O lo hacemos o nos olvidamos, pensé. Con lo miedos propios de no ser capaces, empezamos a prepararnos con caminatas diarias de entre seis y 12 kilómetros. Y, entre el 8 y el 12 de septiembre, hicimos el Camino de Santiago con nuestros amigos Benito y Juana.
–¿Qué llevaba en su mochila?
–Del transporte del equipaje, se encargó la empresa que contratamos. Hay que pensar en la edad que tienes. Del alojamiento también, porque ya no estamos para dormir en albergues. Así que en la mochila solamente llevaba una camiseta, una botella de agua, un chubasquero, el móvil y una cámara de fotos.
–Es usted conocido en Adra por su afición a la fotografía. ¿Cuántas imágenes captó?
–Alrededor de 650 (ríe). Me he detenido a verlas ya en casa. Durante el camino, apenas te paras unos segundos.
–¿Cómo se desarrolla una etapa cualquiera?
–El despertador sonaba sobre las seis y media. La noche anterior ya te habías dejado la mochila preparada y los pies hidratados para afrontar una nueva etapa. Desayunábamos y un autobús nos trasladaba hasta el inicio de la etapa. Estábamos entre cuatro o cinco horas andando, incluso más. Normalmente se come en ruta, pero nosotros preferíamos tomar un desayuno fuerte y llevar una pieza de fruta en la mochila. El almuerzo lo hacíamos al finalizar la etapa y aprovechábamos la tarde para visitar el pueblo. De vuelta al hotel, a las once de la noche ya estábamos en la cama.
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–¿Qué tiene el Camino de Santiago que atrae a miles de personas?
–Yo puedo describir mi camino, que es el mío. Durante las etapas, apenas hablas con nadie, ni siquiera con mi mujer que ha sido mi compañera. El camino lo haces solo. Vas observando y disfrutando de todo lo que perciben los sentidos. Hay olores finos y elegantes; otros que no los son tanto, como el del estiércol. Descubres cosas hasta en una mirada. Hay momentos que son bonitos, otros no, pero siempre hay una ilusión detrás. Los miedos estimulan el esfuerzo y las ganas. Durante el camino, atraviesas bosques inmensos con muchos helechos, plantaciones de maíz, pueblecitos, aldeas, también carreteras, te cruzas con algún campesino... No hay conversación, pero siempre una sonrisa y un saludo característico: 'buen camino'.
–Los miedos a los que alude, ¿fueron desapareciendo?
–Mis miedos estaban volcados en mi mujer, que tiene unos achaques que yo no tengo, pero al final fue ella la que tiró del carro. Lleva 50 años demostrándome que tiene un don especial y volvió a demostrármelo. Aún nos quedan muchas cosas por descubrir juntos.
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–¿El momento más duro?
–Sin duda alguna, el segundo día. Nos llovió en mitad del bosque y, durante los últimos tres kilómetros, nos acompañó una cortina de agua constante. Aquello me marcó, pasé miedo, temía que cayera un rayo. Terminamos empapados de arriba a abajo y, en mi caso, con una hipotermia en las manos de la que me costó recuperarme. Al día siguiente, nos tocaba un tramo del Camino que se conoce como 'rompe piernas'. El calzado mojado del día anterior, que aunque se seca no se recompone, hizo que nuestros pies se resintieran bastante. El final de aquella tercera etapa también fue duro.
–¿Y el más emotivo?
–Cuando te aproximas a Santiago y ves la catedral. Mi mujer y yo ya la habíamos visitado antes, pero la ilusión de llegar a Santiago como peregrino es indescriptible. Para mí, hacer el Camino no es ir de vacaciones ni tampoco es una juerga. Compramos una camiseta en la que se lee 'never walker only', jamás camine solo. Es cierto que mi mujer y yo hemos hecho el Camino en cierta soledad, pero nunca nos hemos sentido solos.
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–¿Se encontró un Camino masificado?
–En agosto, al parecer sí que lo estuvo. En septiembre, en mi caso, no. Recuerdo una pareja joven, que debió verme mala cara después de la etapa en la que nos llovió. Me dieron un apósito para los pies. Media hora después, me los volví en encontrar. Estaban esperándome para darme dos o tres apósitos más. Me sorprendió ver a gente de todas las edades.
–¿Se cruzaron con personas de su edad?
–Pocas. Unas cinco o seis cada día. La mayoría era gente de 40, 50 o 60, pero cada uno lleva su ritmo.
–¿Cuál sería la moraleja de esta experiencia?
–Aun con cierta edad, no dejes de hacer el Camino. Es una experiencia que todo el mundo debe hacer al menos una vez en la vida. Yo he pasado miedos, pero con 40 años no valoras las cosas igual que con 70. No solo te atrae lo religioso, también los desconocido, el tiempo, los silencios. Son días de pensamiento y reflexión contigo mismo, de añoranza, más allá de poder disfrutar de un paisaje que no es el tuyo. No te levantas con miedo sino con la ilusión de seguir, de cuidar tus pies para poder llegar a Santiago, que es el propósito. Eso sí, recomiendo hacerlo con menos años para poder hacerlo más veces y que el cuerpo se resienta menos.
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–¿Qué deseo pidió al apóstol Santiago?
–Salud, trabajo y paz para los míos y para los demás.
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