«La gente venía al bar buscando el pescado de Adra. Un orgullo para mí»
Toda una vida ·
Francisco Coines tiene 78 años y ha dedicado toda su vida a la restauración, una «vocación sacrificada» que descubrió cuando solo era un crío
María Torres
Adra
Martes, 30 de julio 2024, 19:39
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Comenzó «fregando platos y vasos», cuando apenas tenía 12 años, en el antiguo hotel Abdera de Adra. Símbolo de la 'época dorada' del turismo de la ciudad milenaria, daba sus primeros pasos en el sector al que dedicaría toda una vida: la restauración. Hoy, con 78 primaveras a sus espaldas, recuerda que por las noches aprendía francés -«a mi manera»- para poder mejorar la atención que prestaba a los clientes de nacionalidad francesa que se alojaban en la localidad. Después de completar el servicio militar, decidió dar un paso al frente y emprender su propio negocio, el bar Coines, hasta convertirlo en un referente.
Francisco Coines, Paco para quienes lo conocen, formó parte de una familia de 10 miembros. Hijo de José Coines y Adoración Rivas, fue el quinto de ocho hermanos. Su padre fue «chófer» en la fábrica de conservas de Adra y su madre, ama de casa. Desde muy joven, entendió la responsabilidad de arrimar el hombro para sacar adelante la economía familiar y, sin pretenderlo, descubrió su «vocación». Un oficio «muy sacrificado», como él mismo reconoce, que inexorablemente «te tiene que gustar» para que funcione. «Me metía en el bar a las ocho de la mañana y cerraba a la una o a las dos de la mañana, de lunes a domingo», explica.
En la calidad del pescado que servía y en la forma de cocinarlo, Paco encontró el 'anzuelo' para ir forjando una clientela que conserva a día de hoy. La recompensa a toda una vida de trabajo la recibe a diario: «Todo el mundo me saluda por la calle y eso me hace sentirme bien. Es un orgullo que el bar sea un referente».
Las claves del éxito
El germen del bar Coines, que ha sabido mantenerse en el tiempo y sigue abierto al público en el mismo enclave, se sitúa en 1968. Paco contrajo matrimonio con María Dolores Peña, su compañera de vida y madre de sus dos hijos. Juntos formaron un equipo. «Ella, en la cocina y yo, en la barra. Pedí un préstamo al banco de 700.000 pesetas para poder reformar el local y pagarlo poquito a poco. Y así pasamos la vida, echándole horas», rememora. «La gente venía al bar buscando el pescado de Adra. Venían muchos clientes de fuera: de El Ejido, Berja, Almería y de todos sitios», continúa. «Yo compraba el pescado fresco que iba a gastar en el día, intentando que no faltase: gamba blanca, gamba roja, cigalas, pescadillas, salmonetes, lenguados, rape, pez espada, almejas, mejillones», enumera.
A la calidad de la materia prima, se unió el don de gentes de Paco y el saber hacer de su mujer en los fogones: «Siempre supo darle el punto en la plancha a todo para mantener su sabor». Y Paco añade otro punto importante para que el negocio funcionase bien: «La limpieza es fundamental en la hostelería; tenerlo todo limpico y curioso».
El bar Coines sigue a flote de la mano de uno de sus hijos, José María, y de su mujer Carmen. Ambos tomaron el relevo, manteniendo la esencia del negocio, «mejorándolo y actualizándolo». Uno de los males que acechan al oficio hoy es la falta de camareros. «Yo tuve siempre a alguien que me pudiera echar una manecilla en el bar para salir adelante y también tuve a muchos camareros. No tuve el problema que se tiene hoy. La juventud no quiere trabajar en la hostelería. Es muy sacrificado, se echan muchas horas y eso no gusta. Pero trabajar en la vega lo es más», asegura.
La jubilación
Ha pasado más de una década desde que Paco Coines se retirase de la restauración, pero su vocación sigue latente. «Si me dejaran, me metería en la barra», bromea con un sonrisa. Ahora mira la vida pasar «tranquilamente». Ya solo le pide salud. «Ahora mismo duermo bien, como bien y no me duele nada», resume satisfecho.
Sin embargo, la procesión va por dentro. Este octogenario convive con dos pérdidas irreparables: la de su primer hijo, que falleció con 26 años, y la de su mujer. María Dolores se fue poco después de jubilarse, sin poder saborear la recompensa a tantos años de trabajo. «Mi mujer era maravillosa. Tenía un don para la cocina y para la limpieza en el bar. Pasábamos las 24 horas juntos, en la casa o en el bar. Siempre nos hemos llevado muy bien», afirma. «No entiendo a los tíos que maltratan, pegan y matan a las mujeres. ¡Estáis en el mundo por una mujer, que es vuestra madre!», apostilla.
Preguntado por el 'secreto' de un matrimonio feliz y duradero, responde con vehemencia: «El respeto y saber apreciar el valor de la persona que está a tu lado». Terminamos nuestra charla con una última cuestión. «Si volviera a empezar, a aquel niño de 12 años que trabajó en el hotel Abdera, ¿volvería a elegir la restauración como medio de vida?», le planteo. «Sí. Siempre ha sido lo que me ha gustado. Me ha ido bien y siempre he respetado a la gente, que es primordial», responde con clarividencia.
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