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MARÍA TORRES
ADRA
Domingo, 20 de marzo 2022, 11:28
Salieron de casa con lo puesto. Un soldado ucraniano les concedió apenas una hora para coger «un poco de comida» y escapar de un país en guerra. Nada más en su equipaje. Atrás dejaron su hogar, sus amigos, su equipo de fútbol y su colegio. También su ropa, sus libros, sus videojuegos y sus bicicletas, de las que tanto disfrutaron cuando Ucrania era un lugar seguro para vivir. De la mano de su abuela, iniciaron un viaje sin retorno rumbo a España. En Adra, donde su madre trabaja desde hace unos años, la vida les ha dado una segunda oportunidad.
Esta es la historia de David y Matvii, dos niños ucranianos de 12 y 11 años de edad, respectivamente. Hasta el 20 de febrero, cuando Rusia inició la invasión militar en Ucrania, vivían en Berdichev, una ciudad de más de 86.000 habitantes ubicada en el norte del país. Su madre, Olena Symonets, decidió emigrar tres años antes en busca de un futuro mejor para sus hijos. Lo hizo sola con la esperanza de poder regresar algún día. Hace dos semanas, ellos también se vieron obligados a abandonar su ciudad, pero por un motivo diferente. Temieron por sus vidas. Las bombas cada día estaban más cerca. Una noche las sirenas sonaron y llegó el momento de escapar.
«Pasaban las noches sin dormir, vestidos, preparados para huir en cualquier momento», relata a IDEAL Olena, aliviada por poder cogerles de la mano al fin. «Se refugiaban en el sótano del bloque de viviendas de la casa de mi madre. Un día un soldado les avisó para que cogieran algo de comida rápidamente y los trasladó en coche, junto con otra familia ucraniana, hasta la frontera con Polonia. Allí, tomaron un autobús de la iglesia alemana que les trajo directamente hasta Adra», explica. Su periplo, hasta llegar a Almería, duró cinco días.
Terror en la mirada
No era la primera vez que David y Matvii visitaban la ciudad milenaria. Venían en Navidad para poder ver a su madre. Sin embargo, el reencuentro en esta ocasión fue distinto. Difícil de narrar a esta periodista con palabras y más aún cuando no se domina el idioma.
Sus ojos reflejaban miedo, terror, angustia. «Llegaron muy cansados, con los puesto, y yo estaba muy preocupada. Desde que comenzó la guerra, yo no he podido dormir. Perdí ocho kilos. 'Hoy viven y mañana no lo sé', pensaba al hablar con ellos, porque no sé dónde ponen las bombas», expresa aún con el alma en vilo.
Afortunadamente hoy duermen todos bajo el mismo techo. «Mi madre ya está más tranquila, más o menos bien, ha pasado muchos nervios. Ellos ya duermen bien por la noche. Se acabó el miedo. Están empadronados en Adra y el lunes comienzan el colegio en La Curva», cuenta con la emoción contenida. «No saben español y podrían ayudarse del traductor del móvil en los primeros días, pero ahora no puedo comprarlo. Poco a poco», señala.
Objetivo: encontrar trabajo
Ahora lo que le preocupa a Olena, madre soltera, es poder mantenerlos. Actualmente no tiene trabajo. «He trabajado en el invernadero, en almacenes, de camarera, de limpieza… nunca me ha faltado trabajo», matiza. Sin embargo, hace solo unos meses finalizó su contrato de trabajo y, «por primera vez», ha tenido que pedir ayuda a Cruz Roja y a los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Adra. «Necesito ropa para ellos, comida, y dinero para poder pagar el alquiler, la luz, el agua…», afirma con desesperación.
A Olena no le salen las cuentas y, aunque tiene a sus hijos a salvo, hoy lo que le quita el sueño es darles de comer. Y poder comprarles una bicicleta.
Antonio Fernández, presidente del Club Náutico de Adra
David y Matvii son los dos primeros niños refugiados que se han empadronado en Adra desde que estalló la guerra. Desorientada y desesperada, su madre tocó a la puerta del Real Club Náutico de Adra –donde trabajó durante un tiempo como pinche de cocina- en busca de ayuda. Y la encontró. El presidente de la entidad, Antonio Fernández, se prestó a facilitarle los trámites burocráticos para concretar el empadronamiento. «Son niños que huyen de la guerra, hay que ayudarles. Hemos intentado agilizarle los trámites porque trabajó para el club, no maneja bien el idioma y se portó muy bien con nosotros», explica a este periódico Antonio Fernández, muy agradecido con la atención recibida por el área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Adra y con la concejal responsable, Patricia Berenguel. A David y a Matvii les gusta Adra. Su madre confiesa que están encantados con el clima, tienen amigos en La Curva y aún reciben «un poco» de formación on line de sus maestros desde Ucrania. Comienza una nueva vida para ellos.
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