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Joaquín Sánchez Toledano atendió a IDEAL en el salón de su casa. María Torres
Joaquín Sánchez, 101 años: «No me quiero morir por nada del mundo»

Joaquín Sánchez, 101 años: «No me quiero morir por nada del mundo»

Este abderitano centenario mira la vida pasar desde el salón de su casa, arropado por el cariño y la atención de los suyos: «Vivo muy a gustico»

María Torres

Adra

Sábado, 25 de mayo 2024

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Amablemente nos recibe en la casa que lo vio nacer el 28 de abril de 1923. En el salón de su hogar, donde pasa buena parte del día, nos habla de lo «a gustico» que vive; del cariño que recibe de su familia; de los recuerdos que aún conserva con una lucidez que asombra; de la dureza de labrar la vega cuando los invernaderos ni se intuían; de los amigos a los que ha ido despidiendo a lo largo de su vida; y, sobre todo, de la pena con la que convive desde hace dos décadas: la ausencia de su mujer, Rosario.

Se llama Joaquín Sánchez Toledano y, hace menos de un mes, celebró sus 101 primaveras. «La muerte se ha olvidado de mí», bromea con un sentido del humor que también sobrevive al paso del tiempo. «No le tengo miedo a la muerte, pero no me quiero morir por nada del mundo», afirma con vehemencia. «Están mis hijas y estoy muy a gustico con ellas. Eso sí, tengo mucho cuidado de no caerme», añade. Hasta en siete ocasiones se ha caído en los últimos años. Con 95, superó un ictus y, pese a todo, sus achaques se pueden contar con los dedos de una mano: un poco de cojera, algo de pérdida de audición y una dentadura caprichosa «que a veces se me sale». Joaquín madruga, él mismo se asea y se afeita, desayuna «leche con sopas» y come de todo lo que le sirven en el plato. «No soy 'delicao'», apunta al respecto.

Salvo excepciones, Joaquín no sale de casa desde que perdió a su mujer. Ajeno al bullicio de la calle, a la actualidad y a todo lo que rompa la paz de su hogar, disfruta mirando la vida pasar. Diariamente recibe la atención de sus dos hijas, comparte tiempo con la auxiliar de ayuda a domicilio que lo atiende, sonríe con la visita de sus cuatro nietos y sus siete bisnietos y no le pide nada más a la vida. No ve mucho la televisión; solo se entretiene con «Juan y Medio o La Ruleta».

«Ya no pido deseos. A la vida solo le pido vivir a gusto (...). Y de la vida ya solo espero que un día me dé cualquier cosilla, me muera y ya veré lo que hacen conmigo. Supongo que enterrarme para que dé frutos», comenta con un toque de ironía y con la resignación que aporta haber contado más de 100 primaveras.

Recuerdos imborrables

Cuando Joaquín echa la vista atrás, rememora lo mucho que ha trabajado a lo largo de su vida: «De día y de noche». Sembraba «papas, habichuelas y tomates» y llenaba los «canastos» con el sudor de su frente para poder llenar la nevera de su casa. También trabajó en la antigua fábrica de azúcar de Adra, cuando la caña era el sustento de muchas familias abderitanas. Su mujer cuidada de sus dos hijas, Rosario y Ángeles, y le llevaba «todos los días» a la vega un «cesto» para almorzar. Luego llegaría la jubilación y ambos -Rosario y Joaquín- hacían juntos la compra en el mercado, preparaban la comida, cuidaban de sus nietos e iban a misa todos los domingos y fiestas de guardar.

Sus hijas hoy se enorgullecen de la buena relación que siempre observaron en sus padres. «Nosotras solo hemos visto cariño entre ellos, ni una pelea. Siempre juntos. De madrugada, los escuchábamos reírse a carcajadas contándose chistes», recuerdan. Se conocieron cuando apenas tenían nueve años y juntos construyeron un proyecto de vida que se quebró cuando Rosario falleció. «Todos los años que hemos vivido juntos han sido la gloria. Era regordeta, muy apañaíca. No hay día que no bese su fotografía», confiesa este hombre centenario con el corazón en un puño.

«El mejor padre del mundo»

Ahora que ella no está, Joaquín Sánchez vive rodeado de los suyos en la casa que lo vio nacer y que, posteriormente, adquirió para construir el bloque familiar que hoy comparte con sus dos hijas y el resto de la familia. «Es el mejor padre del mundo. Buena persona, atento, trabajador. Jamás nos ha dado un disgusto, ni a mi madre ni a nosotras. Dicen que los santos están en el cielo, pero aquí aún queda uno», dice una de sus hijas. «Le tenemos adoración porque lo merece», añade la otra. Mercedes Castillo, la auxiliar de ayuda a domicilio que lo atiende de la mano de Clece, también se deshace en halagos: «Lo de Joaquín es un caso único. Cada día aprendo de su vitalidad y del cariño que le tiene a su familia». «Lo tenemos muy bien cuidado», señala esta profesional.

Con 101 años a sus espaldas, Joaquín se siente orgulloso de la vida que ha tenido, del esfuerzo realizado y de la recompensa obtenida. «Solo me arrepiento de una vez, cuando era joven, que tuve que enfrentarme a un hombre que se burló de mi padre por no pronunciar la 'r'. Y de mi padre no se burlaba nadie mientras yo estuviera presente», relata aún con un enfado que ni los años han logrado apaciguar. «Me siento orgulloso de llevarme bien con todo el mundo y de vivir muy a gustico», resume sosegado, sin ánimo de dar lecciones de vida ni de descifrar el 'secreto' de su longevidad.

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