Secciones
Servicios
Destacamos
maría torres
Domingo, 27 de septiembre 2020, 00:16
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
Apenas tenía 15 años cuando se jugó la vida a una sola carta. Solo y sin equipaje, se lanzó al mar Mediterráneo, desafió a la muerte y logró pisar suelo español. Durante un lustro, fue considerado un 'MENA' -Menor Extranjero No Acompañado-, y deambuló por distintos centros de acogida con la esperanza de conseguir una oportunidad. La encontró en Adra, donde se gana la vida sirviendo desayunos y meriendas en la heladería La Jijonenca. Se llama Nash Abib y, aunque sin el calor de una familia, hoy se siente «uno más» en España.
«Yo llegué en patera con 10 personas más, dos mujeres estaban embarazadas, y yo era el capitán», afirma con la mirada firme, sin titubeos. Nash nació en el seno de una familia acomodada de Senegal. De su infancia conserva recuerdos imborrables y de su abuelo materno, lo poco que conoce de navegación. «Salíamos a pescar por las tardes tranquilamente, pero al cumplir siete años mi padre murió y tuve que pescar mucho para poder llevar algo de dinero a casa», explica. Era el tercero de cinco hermanos. Entonces, desconocía que aquellas nociones le servirían para armarse de valor y poner rumbo a una nueva vida.
Lo intentó dos veces. En la primera, lo 'cazó' la policía marroquí. En la segunda, naufragó. De la travesía que vivió para cruzar el Estrecho, lo recuerda todo. «El viaje fue muy duro porque el mar no estaba bien, era de noche, llovía y mis compañeros lloraban, otros vomitaban y algunos me pedían volver», rememora con angustia. A la deriva, la embarcación fue localizada «por un helicóptero de Cruz Roja» y finalmente rescatada. Así empezó su particular 'sueño español'.
Sin nadie a su lado, su primer destino fue el centro de menores de La Línea, después fue trasladado a otro de Chirivel y finalmente terminó en un piso tutelado por la Junta de Andalucía en Roquetas de Mar. «En algunos centros nos dejaban salir los fines de semana con 10 euros, pero en otros no porque no había nada alrededor. Estaba solo. Lloraba mucho», reconoce. Sin embargo, no perdió el tiempo. Aprovechó para aprender español, cursar la Educación Secundaria Obligatoria, graduarse en un módulo de Formación Profesional y formarse como camarero en un curso de hostelería. «Siempre he tenido claro que estudiar y aprender el idioma era muy importante. Mis paisanos se ponen a trabajar directamente, sin aprender nada más, y terminan casi todos en el invernadero», razona a pesar de su corta edad.
A punto de cumplir los 18 años de edad y desligarse de la tutela de la Junta de Andalucía, la vida le puso por delante un nuevo reto: encontrar un empleo para poder legalizar su situación en España. «Busqué trabajo, busqué mucho, pero no encontré. Para hacerme un contrato, me tenían que conocer y el color de mi piel no ayudaba», afirma con sensatez. Fue, entonces, cuando accedió a formar parte de un programa autonómico para la inserción laboral para menores inmigrantes que incluía unos meses de prueba y un contrato de trabajo. «Cuando Encarni, mi jefa, me hizo la entrevista flipé y, cuando me llamaron para decirme que empezaba a trabajar, no me lo podía creer», recuerda aún hoy sorprendido. Emocionado por la noticia y como cualquier joven de su edad, Nash cogió el teléfono inmediatamente para compartirla con su madre, a la que vio por última vez antes de embarcar, suplicándole que no lo hiciera. «Estaría muy orgullosa de mí», apunta con humildad.
Mucho ha llovido desde entonces, aunque sólo han pasado cinco años. Nash ha firmado un contrato de trabajo «normal», vive de forma independiente y hasta tiene novia, Andrea. A lo largo de estos meses, ha conseguido hacerse con el cariño y el respeto de los clientes. «He tenido algunos malos ratos. Me han llamado 'moreno' y me he sentido ofendido. ¿Por qué me llamas 'moreno' si no me conoces? ¿Te llamo yo a ti 'blanquito'? Yo me llamo Nash, les digo. Hay que aprender a hablar con respeto. Todos somos iguales. No hay que mirar el color de la piel», sentencia. Son excepciones. A sus compañeros de trabajo, sin embargo, se los ganó desde el principio. Con ellos comparte su día a día, sus penas y sus alegrías. Incluso cenas de Navidad.
Satisfecho por lo conseguido y muy agradecido, este joven senegalés sueña con estar algún día cerca de su madre en España y sigue mirando con preocupación lo que ocurre al otro lado de la frontera de Melilla. Un familiar cercano intentó hace poco cruzar el charco en patera. Falleció en el intento. «Aún conservo sus mensajes de WhatdApp antes de partir», apunta con el corazón encogido para poner de relieve las penurias de un continente que agoniza. «En África las cosas no están bien. No hay esperanza. Hay trabajo, pero no te pagan bien. Cuando seas mayor, tus hijos van a sufrir y los hijos de tus hijos también. Sólo luchamos por tener un futuro mejor», justifica.
Antes de finalizar la entrevista, lanza un mensaje a los más de 12.000 niños como él que hay en España: «Que estudien, que se formen, porque sólo así podrán optar a tener un buen trabajo y a estar a gusto. En la vida siempre hay que seguir luchando y soñando».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El juzgado perdona una deuda de 2,6 millones a un empresario con 10 hijos
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.