Carta a los cristianos de un pagano
José Manuel Palma
Laura Montalvo
Viernes, 6 de mayo 2016, 10:43
Párroco Alpujarra y director de la Ofic. Medios del Obispado
Hoy rescato una de las joyas de la historia de la Iglesia: la carta a Diogneto. O lo que es lo mismo: la carta en la que se refleja la visión que tenían los paganos de los cristianos, en el siglo II d.C; cuando el cristianismo aún era perseguido por los poderes fácticos del Imperio.
Pues bien, un anónimo ciudadano romano responde en una carta a un amigo suyo, un tal Diogneto, acerca de algunas cosas que le llamaban la atención sobre las creencias y el modo de vida de los cristianos.
Y le responde así:
«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. No tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble.
Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen.
Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo.
La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo».
La reflexión es clara: ¿viven de este modo los cristianos bautizados de hoy en día?; o por el contrario, ¿se asemejan más a sus verdugos del pasado? El permisivismo de algunos clérigos y laicos ha provocado, creo, la pérdida de la esencia de lo que la Iglesia ha defendido y es.
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