In memoriam
Jose María Gómez
Viernes, 6 de mayo 2016, 11:35
Cuando hace unos días nos llegó la inesperada noticia de que D. Manuel Menchón, había fallecido de forma repentina, muchos fuimos los que pasamos de la incredulidad en un principio, a la aceptación plena de un hecho que no tenía vuelta atrás.
El que durante nueve años fuera Cura Párroco de nuestra iglesia, supo granjearse la amistad, el respeto, pero sobre todo el cariño de cuantos lo conocimos. Su ejemplo, su diario quehacer, su profundo conocimiento de la Biblia, su forma de hacérnosla comprender, sus palabras de apoyo y de consuelo, quedarán para siempre en nosotros y marcarán nuestro rumbo en el siempre difícil tránsito por esta vida.
Pero como él nos decía en una de sus magníficas homilías, que estuviera donde estuviera, siempre tenía la deferencia de remitírnosla por e-mail, los cristianos ante un hecho de esta naturaleza, "no debemos celebrar la muerte, sino la vida eterna, con tristeza sí, pero también con alegría".
Nuestras lágrimas, son el testimonio vivo de haber perdido a alguien al que amábamos profundamente y al que nos unía algo más fuerte que la sangre, y es la fe en Jesucristo, la fe en la Resurrección de los muertos, como tantas veces pregonamos en el Credo, la firme creencia de que él, ya está gozando de la Vida Eterna, junto al Padre, en premio a toda una vida dedicada a los demás, a una vida dedicada por entero a prepararse por y para los demás.
Él nos decía que "la muerte es el último deber que todos tenemos que cumplir y tenemos que hacerlo bien. Es un billete de ida, la vuelta no la necesitamos". Pero no podemos olvidar que el amor es más fuerte que la muerte, y una persona permanece viva entre nosotros, aunque físicamente no lo esté, si su recuerdo permanece para siempre entre nosotros, si seguimos hablando con él, si llevamos a la práctica todo lo que él nos enseñó, que no fue poco. Esa es la única forma de dar sentido y reconocimiento a toda una vida, entregada por y para todos, sin desmayos, sin horarios, sin quejas, y siempre con una sonrisa amable.
Aprendimos de sus palabras, de sus silencios, de sus renuncias por amor a los demás, de su profunda creencia en lo que tenía que hacer, sin importarle las consecuencias, lo tenía claro desde el mismo momento en el que decidió hacerse sacerdote.
Manolo, permítanme la familiaridad, con el corazón en un puño, gracias, gracias de todo corazón por todo lo que hiciste por nosotros, por las maravillosas experiencias de fe que nos hiciste vivir a lo largo de todos estos años, gracias por tu profundo convencimiento en lo que decías, que es la mejor manera de hacernoslas llegar a los que te escuchábamos.
Como dice el Evangelio, "No busquéis entre los muertos a los que viven", tú estás y estarás siempre vivo para nosotros. Permítanme que termine este escrito, con una de sus últimas citas: "Este viaje último lo hacemos sin billete de vuelta. No lo necesitamos. En el aeropuerto del cielo, nos esperan los nuestros y todos los que nos quisieron y ayudaron. Viaje para el que no se necesita pasaporte, ni maleta. El que los esperó a ellos y nos espera a nosotros, nos conoce bien". Muchas gracias, Don Manuel, sacerdote y amigo.
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