"Berja: la violencia de género a escena"
Miguel Milán, vecino de Berja
María Torres
Viernes, 6 de mayo 2016, 10:39
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Cuando los últimos ecos provenientes del recinto ferial reverberaban aún en el negro lienzo de la madrugada virgitana, el joven cuerpo de una mujer se desplomaba, víctima de diez terribles puñaladas, sobre el frío suelo de un piso ubicado en la calle Ramón y Cajal, de la citada localidad almeriense.
María del Carmen Marín, una mujer con nombre y apellidos, amiga de sus amigos y querida por todos, con sueños por cumplir aún, con un hijo que mimar y cuidar, y con una previsible y extensa vida que vivir, por obra y desgracia de un asesino sin escrúpulos ni sentimientos, pasaba a engrosar de un plumazo, esa trágica y luctuosa noche, la telúrica lista que cada año conforman decenas de mujeres, abatidas a manos de desalmados psicópatas, a los que no les tiembla la mano para engordar la fatídica estadística de la violencia de género en España: calificativo, a mi juicio, altamente descafeinado y protocolario para describir una violencia, psíquica o física, que se ha convertido en la mayor rémora de nuestra sociedad.
A toro pasado, siempre se plantean incógnitas acerca de cómo ha podido volver a pasar un hecho tan lacerante e inhumano. Se vuelven a dirigir las miradas hacia una denostada y lenta justicia, que no habría sido capaz de adelantarse, presuntamente, -con sus sentencias tibias y poco definitorias-, ante lo que parecía ser la crónica de un asesinato anunciado. E, incluso, como en este caso que nos ocupa, los sentimientos patrios nos hacen volcar nuestro odio hacia personas de otros colectivos raciales, que, encima, andan por nuestro país ?como el famoso Pedro solía andar por su casa-, sin los preceptivos permisos de residencia.
Para una mujer, es una ironía morir a manos de un hombre; a manos del hijo de otra mujer. La errónea dualidad, sexo-fuerte, sexo-débil, sigue imperando fuertemente arraigada en todas las capas sociales y culturas de nuestro orbe, a consecuencia de que nuestras sociedades ?unas más que otras, es cierto-, continúan siendo permisivas, por idiosincrasia ancestral, con ciertos aspectos de la violencia doméstica. Ya lo dijo el afamado psiquiatra, don Luis Rojas Marcos: "Ese ansia de dominio, de control y de poder sobre la otra persona, es la fuerza principal que alimenta la violencia doméstica entre las parejas". Consecuencia de ello, el machismo más retrógrado y criminal no ha logrado entender todavía, que las mujeres no son un objeto de su posesión; y que sólo pueden estar al lado de un hombre por su propio convencimiento de sentirse amadas y realizadas como personas y como mujeres. No han entendido tampoco -y eso es un error gravísimo-, que la violencia no sirve, no es efectiva para mantener a nadie a su lado, pues justamente viene a producir el efecto contrario; y que sus vidas sólo les pertenecen a ellas, y ellas son las que tienen que gestionarlas de manera autónoma, sin manipulaciones, coacciones de toda índole, limitaciones o amenazas, donde el poder ejecutivo, adquirido claramente de manera dictatorial, se convierte en tirano, cercenando, con toda la hipocresía y crueldad del mundo, sus ilusiones y esperanzas de poder vivir una vida feliz; o al menos una vida digna.
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A pesar de reiterativas y bien dirigidas campañas gubernamentales, con el consiguiente eco social y mediático que han conllevado, desgraciadamente a día de hoy tenemos que seguir hablando de ello; sacando a la palestra una muerte más, a la que seguirán sucediéndole ?como una rueda macabra y siniestra-, otras muchas a lo largo de los años venideros. Nunca, por tanto, deberemos los ciudadanos de bien mantenernos al margen de esta barbarie, que impera a sus anchas en nuestras calles, ciudades o pueblos, ni caer en el egoísta error de pensar que eso siempre le pasará a otros, no a nosotros. En definitiva, si somos capaces de inculcar a nuestros hijos la verdadera esencia de la igualdad entre sexos, en un ejercicio sano y constante, aparte de ser el mayor acierto de la humanidad, no me cabe ninguna duda de que nos abocará, en un futuro deseado por todos, a convivir en una sociedad más justa y tolerante, libre de esa lacra, convertida en un verdadero anacronismo, que lastra nuestra actual y avanzada -en derechos y conquistas sociales-, sociedad e igualdad de sexos.
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