Seis marcas imborrables sobre la piel de un joven andaluz con genes vascos

Se llama José Gallardo. Nació un 27 de agosto de 1991 en tierras granadinas y, con apenas cuatro días de vida, desembarcó en Adra para quedarse. Sus padres, maestros de profesión, se conocieron en la ciudad de la Alhambra y por motivos de trabajo hicieron de la antigua Abdera su hogar. Él, natural de Granada, es «cercano y noble». Ella, del País Vasco, es «estricta y atenta». José Manuel y María del Carmen son «las personas más importantes» para este abderitano apasionado de los tatuajes y a ellos dedicó sus dos primeros grabados. El resto, hasta seis, también hace referencia a su familia, aunque de forma menos explícita. «Ellos son para siempre y nunca me voy a arrepentir de llevarlos conmigo», reconoce.

María Torres

Viernes, 6 de mayo 2016, 12:23

José era sólo un chaval cuando decidió hacerse el primer tatuaje. Fue en el Centro Comercial Neptuno de Granada, poco después de haber cumplido la mayoría de edad. Era su primer año de carrera como estudiante de Magisterio e invirtió 160 euros en grabarse sobre el costado derecho el nombre de su padre en árabe. «Pasaba de dibujos, quería algo de lo que no me aburriese a los siete días». Y acertó. «Era inexperto. Me dolió menos de lo que me pensaba porque temía hacerme daño en las costillas, pero es el tatuaje que más dinero me ha costado», apunta. El segundo tatuaje llegó un año después. Se sentía 'en deuda' con su madre y decidió plasmar su nombre en su brazo izquierdo. Para esta ocasión eligió letras délficas. También fue en Granada. «Se puede decir que me dolió menos grabar el nombre de mi madre que el de mi padre», afirma con una sonrisa irónica. José siente una admiración total hacia ambos. En su casa las costumbres del norte se complementan perfectamente con las del sur. «Yo soy más de aquí, más dicharachero y bromista, pero en el norte siempre me han tratado muy bien; son muy buena gente».

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El cuarto en la familia Comparaciones aparte, llegó el tercer tatuaje. El motivo: su hermano Diego, el cuarto miembro de la familia. Tres años menor que él, el benjamín no podía quedarse fuera. Como buenos hermanos, se pelean mucho, pero se quieren más. Cansado de buscar y no encontrar algún dibujo relacionado con Diego, diseñó su propio símbolo. Sobre el sóleo de su pierna derecha puede leerse D521. «La letra 'd' es la inicial de su nombre; el cinco, un número que tiene significado para mí; y el 21, las dos primeras cifras de nuestras fechas de nacimiento». Una composición compleja de descifrar que probablemente marcaría la sencillez de su cuarto tatuaje: el símbolo de Virgo, su signo zodiacal, entre la parte interior de su tobillo y la planta del pie. Los dos últimos trabajos que ha grabado sobre su piel son recientes. En enero de este mismo año volvió apostar por el griego para tatuar en su pierna izquierda cuatro palabras: salud, familia, amistad, destino y suerte. Un reloj antiguo con sus correspondientes engranajes es el sexto y probablemente el más elaborado. «Marca las once menos un minuto de la noche, la hora en la que nací», desvela. Acompaña el diseño con cuatro números en romano que corresponden al día de nacimiento de sus abuelos. «Ya no están, pero los llevo conmigo».

Sus seis tatuajes son suyos y de nadie más. Cuesta descifrarlos «porque así los llevo como algo más íntimo». «Quizá algún día me hago alguno más; cuando sea padre o cuando me ocurra algo lo suficientemente importante como para hacérmelo», advierte. Por el momento, no habrá más. Corre el riesgo de que su madre no lo deje entrar en casa y para él la familia es lo primero.

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