Por una sana opinión pública
Pedro Jesús Teruel
Ideal.es
Viernes, 6 de mayo 2016, 12:17
La condición para que exista una democracia fuerte es una sana opinión pública. De no darse ésta, las sociedades fácilmente derivan hacia el autoritarismo o el totalitarismo, como ha mostrado nuestro convulso siglo XX. Pero ¿cómo favorecer que la opinión pública se forme de manera constructiva? La prensa juega en ello un papel decisivo. Y a menudo refleja las fortalezas y debilidades de la opinión de la que se nutre y que contribuye a configurar.
Soy lector asiduo de prensa escrita. El pasado día 22 me sorprendió leer en la web de IDEAL un inusual relato. Narraba una pretendida revuelta de las Alpujarras contra su párroco, Miguel Teruel, sin ahorrar toda suerte de calificativos que la firmante había recabado de sus fuentes. Conozco desde hace mucho a Miguel: es mi hermano. Fui testigo de cómo dejó su puesto de funcionario del sistema educativo para embarcarse en una aventura que le llevó a un seminario misionero y al sacerdocio. Ha trabajado en Taiwán, China, Argentina e Italia, en algunas ocasiones con riesgo para su vida; en muchísimas, con admirable entrega. Viví su llegada, tras amable invitación del Obispo de Almería, a las hermosas Alpujarras; conocer a través de él la generosa acogida que le brindaron ?y le brindan? sus habitantes es motivo de alegría y gratitud. Las Alpujarras no están dejadas de la mano de Dios; todo lo contrario. Mi reacción ante aquella crónica es, pues, de extrañeza. Así que me planteo varias preguntas.
Las primeras se refieren al modo en que se gesta una noticia. ¿Son los rumores una fuente fiable? ¿Se puede generalizar las opiniones de un grupo? ¿Es correcto publicar una crónica desfavorable sobre alguien sin recabar la opinión de la persona concernida? Mi respuesta es que no. Para llegar a serlo, la información ha de alejarse del rumor, buscar pluralidad de fuentes y contrastarlas de primera mano. Del diario IDEAL espero y deseo que aplique siempre estos criterios, garantía para el lector; de ello depende en gran parte su merecido prestigio.
Lo segundo que me planteo concierne a la manera de resolver las diferencias. ¿Es posible llegar a acuerdos sin dialogar? ¿Se puede obviar el trato directo? ¿Es mejor presionar que conversar? De nuevo, mi respuesta es no. Para resolver un problema hay que sentarse a hablar. Sin embargo, en este caso me consta que no se ha buscado un diálogo serio y sereno para dar a conocer lo que se pretende. De las personas que han dado pie al artículo espero y deseo que tengan la valentía de expresar lo que piensan de forma razonada, en un diálogo cara a cara: es la manera madura de comportarse.
Finalmente, me pregunto por el tipo de conversación necesaria. ¿Es un diálogo entre iguales? ¿Quiénes han de ser sus interlocutores: los implicados o sus representantes políticos? Mi respuesta es que se trata de un diálogo entre iguales; en este caso, entre personas que en su seguimiento del Evangelio están llamadas a entenderse. Y, naturalmente, son los implicados quienes han de hablar. Mezclar religión y poder es algo ajeno al Evangelio, un resabio de otros tiempos que cualquier cristiano progresista repudia. De ahí la sensación de vergüenza ajena al conocer la visita de algunos alcaldes alpujarreños al Obispo para discutir asuntos como los horarios de misa o reclamar que se toque el himno nacional en las liturgias. Es devolvernos a la pandereta y el sainete, cuando la nuestra es una sociedad moderna que aboga por la respectiva autonomía de política y religión. De ellos espero y deseo que no utilicen su influencia en pos de intereses ajenos a la función pública. Mucho depende de su ejemplaridad, que a buen seguro han demostrado con creces en otros contextos.
Quizá algún lector me diga que soy parte interesada. Si eso significa que me importa contribuir a una sana opinión pública, le doy la razón. La calumnia es un cáncer social. En otras ocasiones he querido hacerle frente, como atestigua la hemeroteca, en el ámbito sociopolítico nacional; permítaseme que lo haga también ahora. Nadie merece un juicio sumario. Es un deber de todos ?del lector, de la lectora y mío? reaccionar ante la injusticia. De ello depende la salud de la opinión pública. Y ésta es condición necesaria para convivir en paz y progresar.
Pedro Jesús Teruel es Doctor Europeo en Filosofía y profesor en la Universitat de València.
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