![María rompe el silencio del maltrato](https://s3.ppllstatics.com/ideal/adra/pre2017/multimedia/noticias/201703/12/media/109772776.jpg)
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María Torres
Domingo, 12 de marzo 2017, 01:08
Su nombre es María y su apellido, Sierra. Ha pasado más de media vida de rodillas, fregando suelos, para ganarse la vida y el pan de su hija. Muy jovencita, se enamoró de un hombre que, aunque «apuesto» y «guapo como él solo», tumbó durante años su dignidad a golpe de palizas. A sus 92 años, esta abderitana ha roto su silencio para gritarle al mundo que sufrió malos tratos por parte del que aún hoy es su marido. Un testimonio desgarrador que cuenta con emoción y rabia contenida, pero orgullosa del camino recorrido. «Crié sola a mi hija, con mis dos manos, y hoy es feliz», resume con lágrimas en los ojos.
Es la primera vez que esta mujer de Adra habla en público de lo que hoy conocemos como violencia de género y lo ha hecho de la mano de Ana María Callejón, premio Meridiana de Andalucía a la Igualdad y profesora de IES Virgen del Mar de Adra, en el marco de las jornadas que el centro organiza cada año con motivo del Día Internacional de la Mujer. La vida de María no ha sido fácil. Huérfana de padre desde los 14 años, cometió el 'error' de enamorarse de la persona equivocada. Haciendo oídos sordos a las advertencias de su familia, María contrajo matrimonio con el hombre que marcaría su rostro y su alma de por vida. «Era un putañero», describe hoy con frialdad. María recuerda con extrema lucidez las noches de parranda que su marido pasaba con una prostituta que vivía a escasos metros de su casa y los golpes que su cuerpo recibía cuando se atrevía a recriminarle sus escarceos cotidianos. «Me he llevado más palos que un mono y sin motivos», afirma con la resignación de no poder cambiar un pasado que aún pesa. «Le decía cualquier cosa y tenía el guantazo al final», reconoció el pasado lunes en el Centro de Interpretación de la Pesca, uno de los escenarios de estas jornadas por la igualdad.
Ni una vida entera ha podido borrar de su memoria dos episodios de especial dureza. Uno ocurría una noche cualquiera, una de tantas. «Estaba cocinando sobre las cañas y caí sobre el fuego del guantazo que me dio. Tenía a mi niña en brazos, que casi se me cae también», relata. El miedo que sentía habitualmente se transformó en terror y, aunque hasta ese momento ocultó a su familia el maltrato físico, psicológico y moral al que estaba siendo sometida día sí y día también, huyó en busca de auxilio. Lo encontró, pero lo rechazó. «Mi tío me dijo que hasta ahí se había llegado, que cogiera a mi niña, mis cosas y que cerrase esa puerta y me fuera con él. No lo hice y al día siguiente recibí una nueva paliza», narra con arrepentimiento.
El segundo episodio que selló su silencio para siempre tuvo lugar durante su segundo embarazo. María perdió a su bebé durante una brutal agresión. «La dejó desangrándose y se marchó a Brasil», añadió Ana María Callejón para ayudar a una mujer que, aunque con la cabeza alta, se desvaneció emocionalmente durante su exposición. Pero María se repuso pronto para añadir con ironía: «Se fue a por tabaco y ni falta hizo que volviera».
Una nueva vida
Comenzó, entonces, el inicio de una nueva etapa en la vida de María. Sola y obligada a salir adelante para mantener a su hija, esta abderitana supo recuperar la dignidad que había perdido con el mismo coraje con el que se enfrentó a cada bofetada. Incansable, trabajó de noche y de día. Conoció palmo a palmo cada baldosa de los antiguos cines, del colegio sobre el que luego se levantó el instituto Virgen del Mar y de otras tantas viviendas de Adra. María se ganó la vida limpiando suelos, cuando el agua no corría por los grifos y la fregona, ese gran invento, estaba aún por llegar. Las dificultades económicas que atravesó como madre soltera la obligaron a apartar a su hija de la escuela y a llevarla consigo para contribuir a la maltrecha economía familiar. En su lugar, le enseñó «todo lo que sabía». «Enseñé a mi hija a limpiar y a coser», apuntó.
Entretanto, aunque su marido ya no estaba en Adra y nada sabía de él, ella seguía siendo una mujer casada. «María no se pudo ir a Francia a trabajar, como se llegó a plantear, porque no tenía el permiso del que aún era su marido», anotó Ana María Callejón para poner de relieve los derechos humanos, uno más, que se han incumplido en la vida de esta abderitana que, a sus 92 años, es un ejemplo de lucha y superación personal. «He criado a mi hija con el sudor de mi frente, siempre en mi sitio», enfatiza. «Y he trabajado más que un tonto, pero aquí estoy (.). Ella hoy está casada, encantada de la vida y, además, es una buena costurera», respira aliviada, satisfecha, convencida de que si ella pudo, las demás también.
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