
«Ojalá vuelva a verla pronto, si vivimos para entonces»
Separados por la covid-19 ·
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Separados por la covid-19 ·
El testimonio de Concha y Paco refleja el desarraigo emocional que sufren nuestros mayores, obligados a estar separados para proteger sus vidasmaría torres
Adra
Domingo, 7 de febrero 2021, 00:55
Han pasado 72 años desde que se tomaron de la mano para convertirse en compañeros de vida. Él apenas tenía 18 años y ella, «20 meses más». Juntos se dejaron la piel en la vega entre tomates y habichuelas, criaron a sus cuatro hijos y, hasta que el destino los separó, disfrutaron de su día a día bajo un mismo techo. Vivían en la calle Murillo, en el centro de Adra. Son Francisco y Concepción, Paco y Concha para sus vecinos, una pareja de octogenarios que se ama, se respeta y se echa de menos más que nunca. Los días pasan, los años pesan, la pandemia aprieta y la soledad ahoga.
Un kilómetro escaso separa su casa de la residencia de mayores Ciudad de Adra. Aquí vive, desde hace un lustro, Concha. Aferrada a una silla de ruedas, sus dolencias le impiden valerse por sí misma y necesita atención las 24 horas. Desde su ingreso, las visitas de Paco han sido diarias. «Antes de la pandemia, llegaba a las doce, me iba a las tres de la tarde, volvía a las cinco y me quedaba hasta que le daban la cena y se iba a la cama», cuenta Francisco Maldonado con nostalgia. «La cogía de la mano, hablábamos de nuestras cosas en la sala de visitas, me contaba, le contaba, le ponía crema, le daba la merienda y pasaba el tiempo a su lado», recuerda. Y así, todos los días, sin fallar ni uno solo.
Hasta que el coronavirus se interpuso entre ellos y todo cambió. El 17 de febrero se cerraron las puertas de la residencia para prevenir posibles contagios y, desde entonces, ya nada ha sido igual. La visitas se han ido adaptando a la situación sanitaria y actualmente, en la tercera ola de la pandemia, no se permiten. Ha pasado más de un mes desde que se vieron por última vez.
Aquellas tardes de charla han sido sustituidas por llamadas telefónicas. Un contacto más frío, distante y hasta paradójico cuando se está tan cerca y tan lejos a la vez. «Me alegra mucho oírla y a ella oírme a mi. Llevo fatal estar solo y no poder verla», asume Paco, sin ánimo de conmover, pero con una pena que no oculta. Aunque a sus 88 años goza de una salud envidiable, ahora emplea el tiempo en hacer algo de bicicleta en casa y poco más: «No puedo salir. Tan sólo bajo a comprar el pan. Ojalá esto pase pronto y no se lleve a más criaturas por delante. Ojalá pronto pueda volver a encontrarme con ella, si vivimos para entonces».
La de Cocha y Paco es una historia de amor incondicional, auténtica y sincera. El personal de la residencia de mayores Ciudad de Adra así lo percibe en cada visita. «Paco mima mucho a Concha y ella está muy pendiente de él. Incluso hasta le regaña si no lleva la camisa bien planchada. Son entrañables», apunta María Luisa Berenguer, directora de la residencia. Concha es una privilegiada. Ningún residente ha recibido jamás visitas diarias, mañana y tarde. Aunque dice encontrarse «bien», tampoco oculta su verdadero dolor. «Echo mucho de menos a Paco, llevo fatal no poder vernos», reconoce sin tapujos a sus 90 años. «Esto se alarga y no veo el momento en que pueda volver a visitarme», lamenta.
Con su testimonio, se pone de relieve la sensación de soledad que vienen arrastrando nuestros mayores desde que se desatase la crisis de la covid-19. El desarraigo emocional de quienes no pueden salir a pasear ni recibir visitas en una residencia, pero también de quienes se quedan solos al otro lado de la puerta, soñando con volver a tomarse de la mano.
El 19 de noviembre de 2020 fue una fecha especial para Concepción Reyes. Cumplió 90 años y ni su marido ni la residencia quisieron pasar por alto la efeméride. Aunque Paco no pudo cruzarlas, las puertas de la residencia de mayores Ciudad de Adra se abrieron expresamente para regalar a su mujer un ramo de flores y una tarjeta de felicitación. No pudieron tocarse, se mantuvieron a cinco metros de distancia, pero sus miradas fueron cómplices una vez más. «Llevamos toda la vida juntos. Nos queríamos y nos queremos mucho. Nos hemos ayudado mutuamente, hemos criado a cuatro hijos y tenemos en común 11 nietos y 12 bisnietos», afirma Francisco Maldonado, orgulloso de toda una vida al lado de Concha. Preguntado por el 'secreto' de su matrimonio, no duda: «Tener buen corazón, siempre, actuar sin maldad».
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