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«No he sido padre, pero en el colegio me han hecho abuelo»

«No he sido padre, pero en el colegio me han hecho abuelo»

ENTREVISTA ·

Francisco Montoya se jubila después de 47 años dedicados a la docencia: «En los últimos años, me he sentido bombero apagafuegos»

maría torres

ADRA

Domingo, 29 de enero 2023, 23:38

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Nos recibe, pincel en mano, a las puertas del colegio que ha dirigido durante varias décadas. Se jubiló hace apenas unos meses, tras 47 años dedicados a la enseñanza, y ahora se encuentra enfrascado por decisión propia en un mural para celebrar el décimo aniversario del coro infantil del centro, uno de los grandes proyectos educativos que ha tenido el privilegio de abanderar durante su trayectoria como maestro y director. Francisco Montoya (Adra, 1954) atiende a IDEAL en el edificio docente con más solera de la localidad, antigua sección delegada del colegio Celia Viñas de Almería, hoy colegio de Educación Infantil y Primaria Pedro de Mena de Adra.

–Cruzó esa puerta por primera vez en el año 1983 para impartir clase en su Adra natal. ¿Qué recuerda de aquel primer día?

- Me queda algo lejano en el tiempo, pero recuerdo que la mayoría de los maestros eran hombres. Ahora ha cambiado la proporción.

– Y de su último día de clase, el pasado mes de junio, ¿qué recuerda?

–Lo difícil que fue el último claustro. Me tuve que despedir de mis compañeros. Gracias a la colaboración de todos, especialmente del equipo directivo, he estado a gusto. Cuando ocupas un puesto de responsabilidad, debes tomar decisiones que no todo el mundo comparte. Es inevitable. No obstante, el golpe de la jubilación llegó en septiembre.

– ¿Y qué pasó en septiembre, cuando el timbre dejó de sonar?

–El cuerpo me traía al colegio. Desde entonces, vengo de vez en cuando a ayudar en la medida de lo posible. Ahora estoy pintando un mural sobre el coro Pedro de Mena, que cumple 10 años. Es el proyecto educativo 'estrella' del colegio. El mérito de que hoy tenga un nombre a nivel nacional e internacional es de su director, José Antonio Pérez, del esfuerzo de los niños, del apoyo de las familias y del respaldo del equipo directivo. Realmente es ahora cuando me estoy haciendo a la idea de que estoy jubilado.

– ¿Y cómo se siente en esta nueva etapa vital?

–Yo no me siento viejo. No me tengo que medicar, sigo haciendo deporte, hago yoga, escucho música, participo en la Escuela Municipal de Teatro, pinto y, de vez en cuando, me paso por aquí. Todo ello forma parte de mi rutina diaria. Me falta tiempo para dedicarme realmente a lo que me apetece, ser útil y, siempre, seguir aprendiendo.

– ¿Se considera maestro por vocación?

–Mi ilusión era ser motorista, trabajar en la mar con mi abuelo, que era armador, y encargarme de los motores del barco, pero mi tío Luis, que fue maestro en la antigua Escuela de los Pescadores donde yo empecé a estudiar, animó a mi madre para que siguiese estudiando. Y eso hice. Me considero maestro vocacional porque no he tenido horas para el colegio, ni como tutor ni mucho menos como director. Nunca me ha molestado que los padres me parasen por la calle. Los he buscado incluso yo para hablar con ellos sobre sus hijos. El cargo de director ha sufrido un incremento progresivo de la carga administrativa feroz. Durante mi etapa como tutor y director, he tenido que trabajar todos los sábados por la mañana en el colegio.

–¿Qué le motivó a asumir, durante tantos años, el puesto de director?

–Lo más satisfactorio es ver el progreso en los niños en la enseñanza y el conocimiento del entorno del centro. A mí, que no tengo hijos, me han hecho abuelo aquí. Por mí han pasado hasta tres generaciones. Me gustan los niños y, además, he procurado tener siempre un claustro bien avenido, que trabaje a gusto con los compañeros. Muchas veces, no me he considerado director sino bombero apagafuegos.

–¿Es muy diferente aquel colegio del año 83 al de hoy?

–Muchísimo. Entre los cambios más positivos que observo, está la atención a la diversidad del alumnado. Han nacido nuevas especialidades como música, audición y leguaje y pedagogía terapeútica. Se han incrementado los medios para la docencia con la incorporación de las TICs y la enseñanza es más participativa. El profesorado también está más concienciado. El edificio no ha cambiado tanto, pero hoy hay ordenadores en todas las aulas y antes simplemente había un proyector o unas láminas de Ciencias Naturales.

–¿Ha cambiado la motivación del profesorado a lo largo de estas décadas?

–Yo veo a la gente joven bastante preparada e implicada. La formación permanente es muy importante para el profesorado. No podemos pensar en terminar unas oposiciones y ser ya maestros. Lo primordial es sentirte a gusto en clase, pero surgen nuevas metodologías constantemente a las que te tienes que adaptar.

– ¿Y la implicación del alumnado?

–La escuela es un reflejo de la sociedad. Desde principios de los 90 y de forma progresiva, ha bajado el nivel de los contenidos. La implicación es distinta también: un niño de mi época, con un suspenso, tenía un nudo en el estómago. Hoy no tiene ni una pipa. En mis inicios, si un alumno suspendía en el primer trimestre, los Reyes Magos se podían resentir. Hoy en día no afecta nada.

–¿Observa cambios también en la actitud de los padres?

–Hay muchas familias muy conscientes que ayudan a sus hijos y tratan de tener una buena relación con el profesorado. Esto es fundamental porque los beneficiados son sus propios hijos, pero hay otros que malinterpretan las normativas. Son partícipes de la enseñanza, sí, pero no pueden venir al aula a decirle al tutor cómo tienen que hacer las cosas. Jamás en la vida se me ocurriría decirle a alguien cómo tiene que hacer su trabajo. Hay una falta de respeto generalizado.

- Desde su punto de vista, ¿en qué falla el sistema educativo español?

–Con las leyes educativas se han cometido errores, desde la primera en los años 70 hasta la del 2022, y se siguen cometiendo los mismos. No se prepara correctamente al personal para llevar a la práctica una norma. De algunas leyes no se ha obtenido beneficio por esos errores. Esto nos lleva a la deriva, al igual que la falta de ayuda por parte de las familias. A veces, dejas de ser un maestro para convertirte en una persona sospechosa de algo.

– ¿Qué es lo más complicado de la labor de director?

–En algún momento, llegas a sentirte solo: tienes a la administración educativa, al profesorado y a la familia. Y tú, en medio.

– Tras 47 años de dedicación plena a la docencia, ¿qué consejos daría hoy a compañeros de profesión, alumnos y padres?

–A los profesores, les sugiero que asuman el concepto del reciclaje para mejorar la docencia y que sean conscientes de la responsabilidad que asumen con respecto a sus alumnos. A los alumnos, que recuperen la voluntad y la decisión que teníamos hace tiempo por formarnos, independizarnos de los padres y buscarnos un puesto en la vida. Tienen que ser conscientes de que se tienen que preparar para la vida y de que tienen también un nivel de responsabilidad en su educación. A las familias, decirles que la mejor inversión es colaborar con el profesorado. Los beneficiados serán sus propios hijos.

–Para finalizar, ¿volvería a elegir esta profesión?

–Sí. Me gusta el contacto con los niños, he podido comprobar que se lo han pasado bien en mi clase, que han aprendido, y hoy en día paseo por la calle y me vienen a saludar antiguos alumnos.

–¿Se echa de menos el timbre del colegio?

–Sí. Han sido tantos años de mi vida que aún no tengo conciencia de estar jubilado.

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