Francisco Benigno Martín Martín se jubila tras una larguísima vida de esfuerzos

Me llamo Francisco Benigno Martín Martín, vivo en Berja y tengo 65 años y acabo de jubilarme, nací en Lucainena de la Alpujarra el 9 de junio de 1948, en plena posguerra, soy el mayor de siete hermanos. Antes de ir a la escuela, recogía una espuerta de cajoneras para abono de la tierra o algún haz de leña para la lumbre, para cocinar o calentarnos. La escuela la pise bien poco, fui hasta los 8 años. En 1956 comencé a guardar cabras con Frasco el Cirilo.

Laura Montalvo

Viernes, 6 de mayo 2016, 11:30

 A los 11 años pasé a guardar borregos en el Campillo, con Juan Gallego. Una mañana vino un terrateniente a mi pueblo en busca de muchachos braceros para trabajar sus tierras, y decidí irme con él, era Manuel Martín, y me llevó a La Molina, un lugar ubicado entre Las Norias y La Mojonera, allí conocí la dureza del campo.

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De allí pasé a otro amo, patrón o dueño de mi propia existencia, un tal José en El Parador de las Hortichuelas, el trabajo era parecido, jornadas intensas de laboreo y trabajo agotador, por poco más que la comida y el alojamiento. Cuando terminé, regresé al pueblo, allí desempeñé varios trabajos, como el arreglo de una casa de molino en el río de Lucainena, trabajando en la vega con mi padre, ...No hacía ascos a nada, por duro que fuera, así las cosas me ví cortando cañas de azúcar en La Alquería, picando piedra a golpe de marro para hacer una trinchera en Las Balsicas, segando matas secas de habichuelas en el Campillo, donde me rajé un dedo por la mitad con la hoz, o abareando aceitunas con los dos tobillos quebrados de tirarme al suelo desde lo alto. Parecía un mono, subiéndome de un olivo a otro.

Conocí la dureza de la siega en el Cortijo Borques, en la Alhamedilla, más allá de Pedro Martínez, recuerdo que íbamos andando a Guadix desde Lucainena, para tomar el tren para ese pueblo. Allí estuve dos campañas de aguador, de zagalón con mi padre. Iba con el mulo a una fuente para traer agua a los segadores, verdaderos héroes de aquel tiempo. Y así fue transcurriendo mi dura infancia.

A la edad de 17 años, mis pupilas supieron lo que es dejar tu tierra para buscar un futuro mejor, uno del pueblo había estado haciendo la mili en Palma de Mallorca y se oía la cantinela en Lucainena de que en Mallorca había trabajo. Salí con una expedición de 7 u 8 personas, con mi padre también, hacia Palma de Mallorca.

Allí trabajé como peón en una central eléctrica grandísima que se estaba haciendo en el Coll den Rebasa. Los domingos me iba a buscar otros trabajos por hoteles y restaurantes. En esta obra me partí un dedo, girando unas bovinas de cobre inmensas que teníamos que rularlas para poder moverlas, me puse a empujar por delante y la bovina me pilló el dedo del pie derecho, fracturándome el hueso. Una vez recuperado, encontré al fin otro trabajo, dejando a mis compañeros del pueblo en la obra.

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Comencé a fregar platos en el Hotel Playa de Palma, en El Arenal. Allí eché una temporada, ascendiendo rápidamente a las funciones de pinche, pues ponía mucho interés en aprender. Pero la obligación llamó a mi puerta.

En 1968, tuve que dejar Mallorca para incorporarme al servicio militar en Cerro Muriano, Córdoba, y tras jurar bandera fui destinado a la cocina de la residencia de suboficiales. Me quitaron una gorra durmiendo, y yo fui a otra compañía a quitar otra, le di un tirón a otro recluta de la suya, que la llevaba puesta y salí que me las pelaba, entonces estaba yo entrenado, no me vio ni el humo el pobretillo.

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Una vez licenciado, en 1969, regresé nuevamente a Palma de Mallorca, donde me incorporé a otro hotel en Campastilla, cuyo nombre no recuerdo, ya como ayudante de cocina, allí estuve unos seis meses. Recuerdo que un día se pegó fuego en la cocina.

Posteriormente, comencé a trabajar ya como cocinero en el hotel del Coll den Rebassa, Bon Star, allí estuve durante tres campañas, ascendiendo a segundo de cocina y posteriormente a jefe de cocina. Dábamos de comer a más de 600 personas.

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Corría el año 1972, cuando regresé a Almería, para cargar furgonetas de papas, cebollas, ajos, verduras y venderlas por los pueblos. Así las cosas, me convertí en vendedor ambulante.

Recuerdo esos años cargar una furgoneta de sacos de papas de más de 50 kilos en la sierra, y entrar por el Arroyo de Celín para abajo vendiéndolas y en Dalías tener la furgoneta ya vacía. Otro día fui a buscar cebollas matanceras a lo alto de la sierra, a Nieles, y en el mercadillo de Ugíjar, que era tiempo de matanzas, me las quitaban de las manos. A mi querido tío Lorenzo, le gustaba acompañarme y tratar con las mujeres, de marchantes.

Poco a poco, y tras casarme, siempre me sobraban cosas, y en Berja, mi mujer comenzó a vender a las vecinas algunas verduras.

Cuando esto vino a más, decidí poner en mi casa, una tienda de frutas y verduras de esas de barrio, mientras yo seguía con mis viajes a la sierra a comprar y al campo de Dalías a vender, o por muchos pueblos de la sierra.

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Seguidamente, comencé a ir a la Alhóndiga del mercado de mayoristas de Almería, los lunes, miércoles y viernes, me levantaba a las 3 de la mañana para ir a por el género, y ya volvía por todo el poniente, vendiendo la mercancía por las tiendas, desde San Agustín, La Mojonera, Santa María del Águila, Balerma, Los Baños,...recuerdo buenos clientes como Guillermina, Jesús Valero, la tía Manolica o el mismísimo Pepe Torres, mi mayor cliente durante muchísimos años. Gracias a él, pude seguir y dar al niño una carrera, que nunca me pesará, pues es el mejor bancal que le he podido dar su porvenir.

Mientras tanto, aquella verdulería de finales de los 70, ya se había convertido en una famosa tienda de barrio, donde dábamos fiado a familias enteras de mes a mes. La cerveza y los paquetes de fortuna, eran los productos estrella, aunque la carne de ICA, la variedad de friutas de primera calidad, la leche, o los embutidos de El Pozo, Revilla o La Ribera también se vendían muy bien.

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Me inscribí en la cooperativa Cudal y en la fachada de mi casa pintamos el logotipo del árbol de CUDAL. Cargaba auténticas carretadas los sábados en la cooperativa que estaba en Pampanico, y teníamos ofertas quincenales, del 1 al 15 y del 16 al 31. También vendía muchísimos pollos, José el de la Foca traía caja sobre caja. Tengo que decir, que la mayoría de mis clientes eran de raza gitana, así que gracias a ellos pude también prosperar, y comprarme dos furgonetas más, un turismo, un almacén o local comercial y un piso nuevo en el centro de Berja. Anécdotas que contar no me faltan.

Y seguí avanzando en la vida, tras más de 20 años como vendedor ambulante de frutas y hortalizas, el negocio vino a menos. Las grandes áreas nos comían el terreno, y aproveché la oportunidad que me dio mi cuñado Miguel para entrar en la empresa de alimentación Nutrexpa, como comercial. Corría entonces el año 1996, entonces estábamos 12 vendedores para toda la provincia de Almería, luego fue viniendo a menos, hasta prácticamente quedarme sólo para toda la provincia. Batí varios récords de ventas, como del producto Phosquitos, o de Nocilla, donde fui el líder de venta de la región sur.

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Recorrí la costa granadina, desde Castell de Ferro hasta la provincia de Murcia. Así que tras muchos días de alegrías y penas, más de 1 millón de kilómetros a mis espaldas, mil visitas a casi todos los pueblos de la provincia de Almería y Granada (he vendido en Castell de Ferro, Gualchos, Melicena, Los Yesos, La Rábita, La Mamola, El Castillo de Baños, Adra, Balerma, El Lance de la Virgen, Albuñol, Los Castillas, Balanegra, Almería, Huércal de Almería, Tabernas, Sorbas, Carboneras, Vera, Mojácar, Los Gallardos, Cuevas de Almanzora, Venta del Pobre, El Pocico, Ugíjar, Paterna del Río, Bayárcal, Laujar de Andarax, Alcolea, Fondón y Berja, entre otros muchos sitios).

Y hoy, tras 17 años en la empresa, culmino mi vida laboral, pudiendo decir que jamás me han despedido de ningún sitio, agradeciendo a Dios, el haber podido llegar hasta aquí, con la cabeza bien alta y satisfecho por el deber cumplido de toda una vida de esfuerzo.

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