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María Torres
Laujar de Andarax
Miércoles, 28 de agosto 2024, 20:36
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Manolo, 'el hijo de don Manuel', no pasa un verano sin visitar su pueblo desde hace 50 años: Laujar de Andarax. Cardiólogo de profesión, lleva más de media vida residiendo en Valencia. «Dicen que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, pero yo sigo encontrando la felicidad en Laujar. Para mí es sinónimo de una nostalgia sana, de una nostalgia alegre», matiza. Es feliz desayunando «al fresquito» en cualquier terraza de la localidad; disfrutando de la lectura bajo el magnolio y la mimosa que presiden el jardín de su casa de vacaciones; o reuniendo a sus amigos, a sus siete hijos y a sus cinco nietos en el lugar que lo vio crecer.
«A ellos les he inspirado el amor por Laujar. Vuelven siempre que pueden», nos cuenta al otro lado del teléfono Manuel Godoy, un laujareño octogenario enamorado de su pueblo. Viajará a Laujar el 1 de agosto y ya cuenta los días para volver a disfrutar de este municipio «mágico». El momento más espectacular, sin dudarlo, es el amanecer: «A veces me levanto expresamente para ver la Sierra de Gádor y contemplar esos colores tan impresionantes». El más animado, a mediodía: «El de la cervecita en el Hogar del Jubilado». El que mejor aprovecha, «pasadas las nueve de la noche, sentado en la Plaza de la Alpujarra».
Manolo se crió en Laujar. Siempre fue el hijo del maestro hasta que, con casi 30 años, se marchó a vivir a Valencia para ejercer la medicina. Aunque reconoce que la fisionomía de Laujar ha cambiado mucho desde entonces, hay cosas que permanecen inalterables: «La gente es muy buena aquí, muy sana». «A mis hijos les encanta venir y pasear por la sierra. Tienen aquí su pandilla de amigos y yo también he traído a mis amigos de Valencia, que se van encantados. Y es que Laujar tiene algo especial», insiste.
La casa de los abuelos
Para Marisa Sánchez, una profesora de Lengua que reside en Madrid, también lo es. Ella es la nieta de 'Mariquita la de la Posada'; sus abuelos maternos regentaron una hospedería en Laujar durante muchos años. Cada verano vuelve –con su hermana y con su hija- a la casa familiar. «Todos los veranos de mi infancia, de mi juventud y de mi madurez los he pasado en Laujar, en el pueblo de mis abuelos. Antes hacía un viaje exótico y luego descansaba aquí. Ahora paso más tiempo», nos explica.
Laujar le atrae: «Aquí llevamos una vida muy tranquila. La mayor parte del tiempo gira alrededor del jardín. Nos gusta dar un paseo y a tomar unas tapas con los amigos». De Laujar, se queda con su envidiado entorno natural para practicar senderismo. «Se disfruta mucho de la naturaleza. El sendero de la Hidroeléctrica es muy misterioso, impactante. Además, vivimos en la parte alta del pueblo y tenemos unas vistas privilegiadas a la sierra, a la vega y a la alcazaba», señala.
A la pregunta de qué echa de menos de Laujar cuando está en Madrid, Marisa no titubea: «Tener una casa con jardín y chimenea». «¿Y qué echa de menos de Madrid cuando está en Laujar?», pregunto. «Nada», contesta. Pese a ser un pueblo de apenas 1.500 habitantes, se programan espectáculos, conciertos, sesiones de cine de verano y exposiciones durante todo el verano. «No hay tiempo para aburrirse», asegura.
A su hija, de 23 años, también «le encanta venir». En unos días, viajará de París a Laujar. «Tiene su pandilla de amigos, se lo pasan en grande y se recorren todas las fiestas de los pueblos». La gastronomía laujareña completa el listado de motivos que conducen a esta madrileña a la Alpujarra cada verano. Las tapas, la pipirrana, la 'sobreusa' –que es un caldo de espinacas y acelgas con un sofrito de longaniza, pan frito y almendras, según nos explica-, las migas o las tortas de chicharrones están entre sus sugerencias culinarias favoritas. Recetas que, además, les recuerdan a sus padres: «Les echamos mucho de menos».
Huir del calor
Su vecina Francisca, por el contrario, sí puede aprovechar los veranos aún para regresar a su pueblo natal y visitar a su madre. El calor en Jaén, donde reside desde hace más de tres décadas, se vuelve insoportable. Los veranos transcurren tranquilos y sosegados para esta maestra de Escuela de Hostelería, ya jubilada, que regresa a Laujar los fines de semana que puede. En invierno, también. «En verano tenemos más tiempo para disfrutar de Laujar y de sus gentes. A primera hora, quedamos para dar un paseo hasta El Nacimiento. Sobre las nueve, buscamos algún sitio para y siempre se suma al desayuno alguien nuevo, o alguien que ha venido a pasar el fin de semana o bien que ya conoces», relata. Después llega el turno de hacer la compra, preparar la comida y echar la siesta. «Por la tarde, salimos de nuevo a pasear. Yo soy de las que saluda a todos los vecinos», reconoce.
Así trascurren los días para Francisca Valverde, que no echa de menos el Jaén soporífero de estos meses estivales. «Pasear por Jaén no se puede, salvo que vayas a un centro comercial. Sentarte en una terraza a 36 grados a la sombra tampoco», advierte. «Aquí vivimos muy tranquilamente, aprovechando el fresquito de la noche. Te despreocupas de todo y te dedicas a ver campo, a estar con la familia… Yo ahora me he apuntado al coro parroquial y los martes y los jueves voy a la piscina por la noche», añade.
Por estos y por otros tantos motivos, Paqui visita Laujar cada verano desde hace más de 30 años. No obstante, hasta los veranos han cambiado. «Antes se oían a los niños jugando en la calle. Eran los hijos de los que subían de los pueblos de alrededor o de fuera. En julio, venían los de Madrid. En agosto, los de Barcelona. Pero han dejado de venir. Ahora hay otro tipo de turismo y mucha gente del pueblo se va a la playa». Pese a ello, la 'nieta de Juan Pepe' –como la conocen popularmente en Laujar- sigue disfrutando cada año de este rincón de la Alpujarra almeriense, evocando momentos vividos y exprimiendo los presentes.
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