MARÍA TORRES
LAUJAR
Sábado, 24 de julio 2021
A Juan Díaz Vizcaíno (Almería, 1934), su pasión por el monte le viene de lejos. De la mano de su padre aprendió a pastorear y, por decisión propia, se convirtió en agente forestal. Laujareño de adopción, dedicó más de tres décadas a cuidar de la sierra, la de Gádor y Sierra Nevada. A sus 87 años, ha tenido tres hijos, ha plantado cientos de árboles y ha completado su legado con un libro, 'Mi vida entre sierras', que acaba de publicarse.
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Corría el año 1960 cuando el Estado publicó dos plazas para guarda forestal en la provincia. Se presentaron 30 personas y Juan fue uno de los elegidos. «El 3 de mayo tomé posesión en Bayárcal y, tres meses después, empecé en Laujar», recuerda con una memoria envidiable. Y ahí empezó todo. Juan hizo de la sierra su segunda casa. Nombrado jefe de comarcas, vigiló muy de cerca el cumplimiento de la normativa para proteger la flora y la fauna de este extraordinario enclave natural. «Pero yo no era de los de multar. Tenía que conservar mi autoridad, pero siempre desde el respeto y la moderación», destaca. «A veces había la vista gorda. Si había nevado y los cortijeros cogían ramas de encina para dar de comer al ganado, que estaba prohibido, miraba para otro lado. ¡Se les morían de hambre! Un día un niño del corral se me acercó y me dio las gracias», relata.
Durante años, persiguió la caza furtiva y la pesca sin permiso, rastreó la sierra para detectar posibles deficiencias, plató viveros de pinos para ayudar a la reforestación de otras zonas, dibujó las actuales pistas forestales y delimitó las zonas de acampada. Además, como jefe comarca, pudo aportar ideas que posteriormente se materializaron. Cuando han pasado casi 20 años de su jubilación, cuenta orgulloso cómo fundó la pesca fluvial en el río Andarax y cómo fue testigo de las primeras barbacoas del área recreativa El Nacimiento, uno de los principales reclamos turísticos de Laujar en la actualidad. «Con mis propias manos hice unas pozas con hierbas para que pudiesen criar las truchas en el río Andarax. Llegaron de la piscifactoría de la Sierra de Cazorla. Planté castaños y chopos en las márgenes del río y, para garantizar que el ganado no se comiera estas plantas, llegué a un acuerdo verbal con los ganaderos: les dejaba el encinar a cambio de que respetasen mi espacio. Hoy tenemos en Laujar árboles de más de 30 metros de altura, lo llamamos la 'senda de los alisos' y es una maravilla. No había ni una planta», cuenta con especial emoción.
«Lo echo de menos»
Este antiguo agente forestal no olvida su vinculación con la sierra, a la que vuelve a pasear con sus hijos y sus nietos «cada vez que puedo». «Esto lo hice yo», les dice.
«Soy un enamorado de la naturaleza. Me ha enseñado muchas cosas», reconoce hoy. «Cuando empecé no había pistas forestales. Eran caminos de herradura por donde subían los cortijeros con sus bestias. Me encantaba observar el canto de los pájaros, la jácara de las perdices, el perfume de las plantas del monte como el romero, el poleo y el tomillo que florece en primavera. Es una delicia pasear por la sierra de Laujar», confiesa emocionado. «Y según subía por aquellas pistas, me sentía más feliz. Observando a las ovejas y a las cabras pastando en el monte, escuchando el ruido de los arroyos de agua que bajaban por los barrancos, viendo a los cortijeros hacer sus labores...», rememora.
Pese a considerarse un afortunado por haber dedicado media vida a la naturaleza, su jornada laboral era interminable. En un pueblo de pocos habitantes, conocido por todos, «mi casa era una fiesta por la tarde». «Me venía uno a pedir trabajo, otro que pedía más cemento, otro que necesitaba las llaves del refugio un domingo por la tarde...», relata Juan con cierta nostalgia.
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Esos son sólo algunos de los recuerdos que conserva este octogenario, con cuenta de Facebook y un libro bajo el brazo, 'Mi vida entre dos sierras'. «Son dos sierras porque, aunque igual de bellas, son distintas. La Sierra de Gádor es caliza y tiene cortijos aislados. Sierra Nevada es teja. Me las conozco como la palma de mi mano. Las echo menos. La sierra lo ha sido todo para mí y para mi familia», matiza.
A la presentación de su obra, que tuvo lugar la semana pasada en Laujar en el patio del colegio público, acudieron alrededor de decenas vecinos de Laujar y también de pueblos cercanos como Alcolea, Fondón o Bayárcal: «Me sentí recompensado al ver a tantos amigos. Creo que el pueblo me quiere. Algo habré hecho bien».
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